Tus pies pisan la fría y mojada acera y los copos de nieve caen del cielo aterrizando en tu pelo, tus hombros, tu nariz, tus labios... Avanzas, y la suave y a la vez congelada brisa te acaricia tu cara casi congelándote. Tu ropa va cogiendo frío como consecuencia del helado ambiente. Sigues avanzando mientras hundes tu cuello en el abrigo y escondes tus manos en los bolsillos. Vas bien de tiempo, por lo que no tienes prisa, andas despacio observando las personas que pasan: una pareja joven riendo y jugando con la nieve, una familia con sus hijos pequeños, unos niños pequeños jugando... Y piensas, detienes el tiempo en tu mente para poder imaginarlo mejor. Piensas en ella, siempre lo haces, directa o indirectamente. Piensas que estás con ella en este momento, caminando de la mano mientras los copos de nieve caen sobre ella y sobre ti. Empiezas a imaginar, a soñar despierto. Imaginas que han pasado unos años, que vivís juntos y os vais a casar. Imaginas la vida con ella, los hijos, las alegrías, todo... Pero cuando llegas a un semáforo en rojo te despiertas, te das cuenta de que ella no está ahí, sólo estás tú y el frío, tú y el suelo mojado.
Pero sabes que ella está ahí. Ella es cada copo de nieve que aterriza en tu mejilla, cada brisa que te acaricia tu cara, cada cosquilleo que te provoca tu pelo, cada vuelco que da tu preciado corazón. Ella está contigo, siempre. El amor es más fuerte y más grande que cualquier cosa en este mundo.
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