Historia de un faro.
El velero había salido lleno de euforia y de esperanza del puerto de Buenos Aires buscando el Océano Pacífico. Para ello, tenía que bordear la costa hasta el Cabo de Hornos y luego torcer hacia la derecha y poner rumbo hacia el mar grande.
Pero el cambio no se hizo. Tal vez fuera de noche cuando se pasó frente al estrecho. A lo mejor sucedió durante una tormenta. No sé. Lo cierto fue que se continuó al sur, rumbo al polo.
El pobre velero llegó a encontrarse rodeado por los témpanos, por el frío y por un sol que cada vez se alejaba menos del horizonte. Entonces fue cuando los marineros tuvieron conciencia de haber equivocado el rumbo. Se le preguntó a la brújula: pero la brújula había enloquecido. Porque, en el polo, las brújulas enloquecen y comienzan una danza que contagia a los marineros.
Se quiso preguntar a las estrellas. Pero en el polo, las estrellas no nacen ni mueren, simplemente giran equidistantes al horizonte. Allí, cerca del polo, poner proa a una estrella hubiera sido simplemente girar sobre sí mismo.
Y fue entonces cuando se recibió un mensaje de destellos: Tres cortas... una larga... silencio; tres cortas... una larga... silencio; tres...
No. No podía ser una estrella; porque ese brilo estaba allí, sobre la misma línea horizontal que estaban ellos. Tenía que ser un signo de presencia humana. ¡Era un faro!
Y el faro continuaba fiel al ritmo de sus intermitencias: tres cortas... una larga... silencio.
En esas latitudes los faros están asentados en arrecifes.
El velero contaba entre sus bienes con un libro de faros. Gracias a la fidelidad en transmitir sus intermitencias, los marineros identificaron al faro y con ello su propia posición. Entonces supieron que el velero iba rumbo al Polo Sur. Y se viró en redondo. Y con ello supieron que para ese velero y para ellos comenzaba la salvación.
Antes, seguir era avanzar hacia el frío del polo y de la nada. Ahora, navegar era avanzar hacia la luz, hacia la vida, hacia el encuentro con los demás hombres.
Poco a poco fue quedando atrás toda la geografía polar. Las estrellas fueron inclinando sus órbitas, y la brújula fue estabilizándose. Y se reentró en el mundo de las exigencias normales de la navegación.
Allá quedó el faro.
Ser faro exige ser fiel al lugar en el que está puesto y permanecer con la intermitencia encendida; gracias a eso el faro es la luz que ayuda a reencontrar el rumbo. Pero no le quita el navegante la responsabilidad de navegar.
Hay gente que te guía en esta vida, aunque tú no te des cuenta siquiera, ellos están ahí (aunque ellos tampoco se den cuenta de ello). Al tener oportunidad de aprender y dejarme guiar primero por mis padres, los abuelos, los hermanos, los profesores..., ahora quiero dejarme guiar por ti. Me gusta aprender de tí, no podrás evitarlo.Pero el cambio no se hizo. Tal vez fuera de noche cuando se pasó frente al estrecho. A lo mejor sucedió durante una tormenta. No sé. Lo cierto fue que se continuó al sur, rumbo al polo.
El pobre velero llegó a encontrarse rodeado por los témpanos, por el frío y por un sol que cada vez se alejaba menos del horizonte. Entonces fue cuando los marineros tuvieron conciencia de haber equivocado el rumbo. Se le preguntó a la brújula: pero la brújula había enloquecido. Porque, en el polo, las brújulas enloquecen y comienzan una danza que contagia a los marineros.
Se quiso preguntar a las estrellas. Pero en el polo, las estrellas no nacen ni mueren, simplemente giran equidistantes al horizonte. Allí, cerca del polo, poner proa a una estrella hubiera sido simplemente girar sobre sí mismo.
Y fue entonces cuando se recibió un mensaje de destellos: Tres cortas... una larga... silencio; tres cortas... una larga... silencio; tres...
No. No podía ser una estrella; porque ese brilo estaba allí, sobre la misma línea horizontal que estaban ellos. Tenía que ser un signo de presencia humana. ¡Era un faro!
Y el faro continuaba fiel al ritmo de sus intermitencias: tres cortas... una larga... silencio.
En esas latitudes los faros están asentados en arrecifes.
El velero contaba entre sus bienes con un libro de faros. Gracias a la fidelidad en transmitir sus intermitencias, los marineros identificaron al faro y con ello su propia posición. Entonces supieron que el velero iba rumbo al Polo Sur. Y se viró en redondo. Y con ello supieron que para ese velero y para ellos comenzaba la salvación.
Antes, seguir era avanzar hacia el frío del polo y de la nada. Ahora, navegar era avanzar hacia la luz, hacia la vida, hacia el encuentro con los demás hombres.
Poco a poco fue quedando atrás toda la geografía polar. Las estrellas fueron inclinando sus órbitas, y la brújula fue estabilizándose. Y se reentró en el mundo de las exigencias normales de la navegación.
Allá quedó el faro.
Ser faro exige ser fiel al lugar en el que está puesto y permanecer con la intermitencia encendida; gracias a eso el faro es la luz que ayuda a reencontrar el rumbo. Pero no le quita el navegante la responsabilidad de navegar.
(Narración de Mamerto Menapace)
2 comentarios:
Hace mucho que no me paso por aqui, pero lo cierto es que no tengo excusa xD
Preciosa historia.
un besito!
bonita historia :)
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